jueves, 31 de diciembre de 2009

INDIGNIDAD

Indignidad
La dignidad es algo que se hereda. En el caso de nuestras familias americanas, descritas por Morgan en la sociedad humana, como gens matrilineales, la autoridad del clan recae en el hijo mayor de la hermana mayor del tronco familiar. Renuncié a esa dignidad el día que me sentí haciendo dinero para una familia extraña dedicada a multiplicar sus vicios, conspiraciones y delitos. Les fui indigno. Me volví drogadicto marihuanero. Amé su flor y sus semillas.
Amé a m padre, a su autoridad, a su amor por los demás, y por ser como él, ostento con dignidad el apellido de m padre y el nombre de mi abuelo.
Considero la dignidad de los animales: no vivo de la matanza de aves y mamíferos semejantes. Acaso mato aún cucarachas, gatos atrevidos, gorgojos del mais, piojos de la cabeza, y mantengo a mi alrededor una guerra permanente de aspérgilos contra patógenos, que me abren como ejército un camino sano. Cuidan la dignidad de mi cuerpo.
He recibido la misión del padre. Soy el padre de mujer, una hembra sin nombre que distingue pero no conoce a su padre. Pero he comenzado por lo último. Antes de ese deber de procrear a una hembra para el Estado, y de construir por ello en mi alma un altar de dolor, me fueron arrebatados por un nazi suegro dos hijos que hoy se reconocen como mis enemigos. Perteneciendo a la familia de sus madres, ostentan mi apellido, como marca de indignidad. Por qué si me desprecian lo ostentan? Mujer ya debiera ser de la familia del marido y así no usar mas mi apellido y los dos hombres lo mismo, hijos de madre son, no hijos de padre. Los he perdonado pero no puedo olvidarlos. Me porto con religiosidad frente a los demás, pidiendo a Dios solamente por la seguridad, el bienestar y la salud de mi progenie esparcida. Que como todos los seres humanos, simplemente mejoremos.
M apellido no es apellido, es una chapa que un judío Levi compró al rey de España, a cambio de unas tierras en Antioquia, y desde entonces, una capacidad para fabricar y endiosar guerrilleros, como forma de conquista del suelo patrio. Don Pedro Santamaría, financió a ese costeñito Bolívar en la revolución de 1819, y casi doscientos años después estos sanguinarios insaciables, continúan refinando sus crímenes en contra del pueblo americano, al que quieren colombianizar.
Hoy es la fiesta del niño Dios que nace para ser crucificado. Entre un burro y un buey. Hijo de madre soltera y de padre cornudo. Vive un tercio de la vida. Resucita y se pierde. Y descubre a los pescadores el milagro de la luz. Y a los JU-dìos la llave de apropiación del mundo. Cuán distinta es la navidad americana. Navidad es natividad. Es feliz nacimiento de lo nativo. Feliz maíz. Feliz natilla, feliz buñuelo. Las hostias indias. Feliz arepa sosteniéndonos generación tras generación. Felices fríjoles dándonos la fuerza para el trabajo y felices lianas y arbustos de los bosques dándonos cacaos, cucúrbitas , cogollos y palmitos y raíces y tubérculos del manto nativo. Felices árboles dándonos sombra. Y felices formas de ser de la libertad.

León Trotsky el mentor de mi izquierdismo universitario visualizó el desarrollo desigual y combinado de nuestros pueblos. Así visualizo el actual periodo. Una colonia desarrollando una guerra de conquista, aliada al imperio, donde detrás de los aviones de fumigación , va el narco resembrando y expandiendo en esta forma la frontera agrícola de los pastos y el negocio del capital. Irrefrenables. En la más absoluta barbarie un pequeñuelo dictador iracundo, se llama a sí mismo, Salvador.
Vivo la navidad del paraíso. Cómo es? Bueno el suelo es ocre, abollonado y caluroso. Es caliente y seco en primer grado. Sano. No es que estemos en silencio, sino que todos nos escuchamos. Y así parece que nadie hablara. Pero nos estamos comunicando todo el tiempo. El sonido y la luz interiores nos aproximan. Las pavas saltan a las ramas bajas del pringamoso a acariciar a sus pequeñuelas. En tanto el nuevo invasor conejo, salta debajo de ellas con inocencia. El Momotus entra y sale de mi habitación con sus alas azules aterciopeladas. El sol vibra cuando atraviesa las hojas en escalerillas de los guamos y se refleja en el verde brillante y oscuro de las copas de los árboles que esconden al paraíso. En la tarde te abrigas temprano, y conforme va oscureciendo tus ojos se van cerrando. Y conforme va amaneciendo tus ojos se van despertando. A medianoche bajan de su oscuro aposento y se concentran en los sonidos de la noche; éstos emiten un ritmo que arrulla y forja la ilusión del día. En el alba, un viento frío te despierta, el cuerpo exige su necesidad, y después de la ablución la mirada retorna al Maestro, que se complace en darnos sus dones. A veces es El, a veces las advertencias diarias, a veces las precauciones o las órdenes de trabajo, a veces la visión de nuestros seres queridos, a veces nuestra fortuna, y a veces, si la desobediencia ha triunfado en nuestro ayer, pesadillas y tormentos en la mente. La mañana de la noche termina con un canto estridente de alabanza. Luego llegan los parientes, el sol, el viento, los vecinos, y la certidumbre de no estar solos en el mundo. Al paraíso lo rodea una corteza humana de dolor, insatisfacción y tristeza. Es inevitable. Y basta no salir a ella para saber que estamos sanos y salvos. Y que la vida es la recompensa a todos nuestros esfuerzos, dictados por la voluntad de quien nos crió, nos dio sustento y quien sabe para qué aún nos conserva con vida, en este juego vegetal.